Motivarte no es animarte, sino comprometerte contigo mismo
Estar desempleado no es fácil. Y digo “estar” y no “ser” con toda la intención.
Porque son demasiadas las ocasiones en las que cuando estamos sin trabajo nos
piden definir si “somos” desempleados. Pero quiero enfatizar que el desempleo
no es un “ser”, sino un “estar”. Es una situación transitoria de nuestra vida: un momento más o menos largo por el
que pasamos una vez, varias… o demasiadas veces, quizás. Pero es un estado que,
como todos, se pasa. Parece obvio, pero no lo es porque cuando una persona pasa
a engrosar las listas de los que llamamos “desempleados de larga duración” las
cosas empiezan a verse de otra manera…
Decía Cristina Peri Rossi que en la sociedad en que vivimos, estar en paro es como estar enfermo
(síntoma de alguna oscura falta: impotencia, debilidad, mala fortuna, ineficacia);
si no se puede gastar, es que se está muerto. Pero más allá de la capacidad
adquisitiva, estar sin trabajo nos despoja de muchas más cosas, entre otras:
- Relaciones interpersonales.
- Tiempo dedicado a algo productivo.
- Sensación de pertenencia a un grupo.
- Sensación de utilidad y servicio.
- Desarrollo de nuestras habilidades y cualidades.
- Desarrollo de nuestra carrera profesional.
- Identidad.
Destaco esto último porque, ¿cuál es la etiqueta
social más relevante a la hora de presentarnos? Nuestro puesto de trabajo.
Nadie dice “hola, soy Mario y me encantan las puestas de sol”. Sería bonito y
hasta poético, pero lo cierto es que, nos guste o no, para la sociedad somos lo
que hacemos. ¿Y cuando perdemos nuestro puesto de trabajo? Pues que como para
la sociedad aparentemente no hacemos nada, corremos el riesgo de terminar
sintiendo que eso es justo lo que somos: nada.
Por otro lado, como hay personas a las que les ha
ido bien en su camino a base de trabajo duro, se da por hecho que cuando
estamos en paro es porque “algo hemos debido de hacer mal”, “quizás no
trabajamos lo suficientemente duro”, o “no somos lo bastante buenos en nuestra
profesión”. Y si a eso le unimos el hecho de que las noticias siguen sin ser
esperanzadoras, el tiempo pasa, la situación de desempleo parece afianzarse en
nuestra vida, no nos llaman para casi ninguna entrevista o que, cuando nos
llaman, resultamos rechazados… el resultado es que nuestra autoestima se va devaluando. Y con ella, nuestro ánimo. Y con nuestro
ánimo, nuestra motivación, que
resulta que es la única capaz de hacer que pongamos en marcha el esfuerzo
necesario para superar este escollo de nuestra vida.
¿Y por qué es tan difícil mantener la motivación en
estas circunstancias? Pues, además de por todo lo anterior, porque estar
inmerso en un proceso de búsqueda de empleo nos pone en contacto directo con
nuestra vulnerabilidad. Seamos
conscientes o no, el trabajo es el medio a través del cual obtenemos de la vida
lo que necesitamos para continuar en ella. Y cuando a pesar de nuestro esfuerzo
y dedicación no lo logramos, se apodera de nosotros un sentimiento de indefensión. Sentimos que da igual que
enviemos nuestro curriculum a cien ofertas que a cien mil porque el resultado
es el mismo; o sea, ninguno. Y cuando nuestro esfuerzo parece vano, nuestra fe
se tambalea. Y cuando esto sucede, nuestras posibilidades de éxito
inevitablemente se reducen porque nuestra actitud y nuestras acciones se ven
afectadas.
Y es que cuando buscamos trabajo nos sentimos
expuestos también ante lo que algunos llaman “suerte”; es decir, todo aquello
que está fuera de nuestro control. Y es muy frustrante sentir que estás
haciendo todo lo que está en tu mano y no obtener resultados. Precisamente de
esta situación surge esta guía: aceptamos que en la búsqueda de empleo hay un
50% que no está en tu mano (los empleadores son libres de elegirte o no), pero ¿y a tu 50%: le sacas realmente todo su
partido…?
La verdadera motivación siempre es motivaCción. Porque motivarse es mucho
más que simple pensamiento positivo. Motivarnos no es repetirnos a nosotros
mismos afirmaciones de ánimo, vacías por ser puramente construcciones mentales
desvinculadas de nuestra realidad y de nuestras emociones del momento presente.
Motivarte es, ante todo, comprometerte contigo mismo. No depende de tu estado de ánimo, que
es algo que no puedes dominar todos los días. Es una decisión que tomas y mantienes a pesar de cómo amanezcas, de la
escasez de ofertas en el mercado ese día y de que no te volvieron a llamar tras
la única entrevista que hiciste en tres meses. La motivación no es, pues, una
sensación, sino un acto de voluntad.
Es muy importante, entonces, que tomes esta
decisión en este momento porque para el mundo, y quizás también para ti mismo, estás
viviendo un momento de aparente inactividad, de bloqueo… de “parón”. Pero es
esencial que te tomes este tiempo como el bambú que durante sus siete primeros
años no parece crecer… pero es porque crece hacia abajo, hundiendo sus raíces
hasta lo más profundo, preparándose para el espectacular crecimiento que le
espera después.